viernes, 6 de marzo de 2015

Comentario- Casi un juicio final

Comentario de Texto
Casi un juicio final, de Jorge Luis Borges
Álvaro Rodríguez Serrano
Español NS
Lucía Riveros

“Estoy en exilio de mí mismo.”
-Francesco Petrarca

“Tengo fe en las noches.”
-Rainer Maria Rilke

Casi

Luna de enfrente (1925) constituye la segunda publicación de Jorge Luis Borges, en la que el autor se enfoca en escribir, por así decirlo, de manera libre y sin ataduras estilísticas, pensando en la Argentina y en cómo se siente Argentina. De ahí que Luna de enfrente se componga de poemas “despreocupados”: despreocupados por la métrica, por la rima, por lo convencional y por lo que se espera del autor, que en cambio se preocupan y se esmeran por retratar y transmitir la Argentina de Borges. Dentro del poemario se encuentra un título, Casi un juicio final, que es una suerte de reflexión sobre la vida, hecha por Borges en este estilo libre que caracteriza sus primeras publicaciones.

Borges explora la manera en que los seres humanos juzgamos, por sobre todas las cosas, nuestra propia vida, lo que supone y significa nuestra existencia. Lo hace a manera de retrospección e introspección en Casi un juicio final, que será analizado a continuación. Para efectos de este análisis, centrado sobre este tema, proponemos una división del poema en tres bloques de sentido. El primer bloque, que comprende toda la primera estrofa (diez versos) y parte de la segunda estrofa (tres de sus ocho versos), da una idea de aquello que ha logrado y de quién es el yo poético. El segundo bloque, que comprende los decimocuartos y los decimoquintos versos, se refiere a eso que atormenta al yo poético, a eso por lo que es juzgado. Por último, el tercer bloque de sentido, que va desde el verso dieciséis hasta el dieciocho, cierra el poema con la idea de que el yo poético se reconcilia con sí mismo. En el presente texto se analizará cada uno de los bloques delimitados y cómo se construye el sentido global del poema a través de ellos.

Casi un juicio final maneja, en general, un tono melancólico que hace que las imágenes presentadas por Borges tengan un carácter evocativo y reflexivo. Da la sensación al lector de que el yo poético está, efectivamente, siendo sometido a un juicio, gracias a la construcción espacial y sentimental que hace el autor. El primer bloque de sentido sitúa al lector en un espacio específico en el que se desenvuelve el yo poético en sus reflexiones, como en un escenario.

“Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo.” (Versos 1-3).

Estas líneas con que abre el poema crean una imagen para el lector de una persona vagando por las calles vacías durante la noche, pensándose a sí misma. Borges, en estas líneas, juega con la imagen que presenta al lector, con el nivel de intimidad que este ha de tener con el yo poético, al acercarlos y alejarlos el uno del otro. El autor comienza con la imagen de una persona por las calles (verso 1), para luego alejarse y hablar de la noche (verso 2), y finalmente acercarse de nuevo, más que al inicio, hasta el corazón de su yo poético (verso 3). Aquí es curiosa la forma en la que se separa y se junta el yo poético con su cuerpo, reforzando este juego del acercamiento. Primero, el yo poético se separa del cuerpo: “Mi callejero no hacer nada vive y se suelta en la variedad de la noche.” Luego lo abandona del todo, al hablar de la noche, para pasar no a ver el cuerpo sino a estar dentro del cuerpo: “En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo”. Junto con este juego del acercamiento y la intimidad hay también un juego con el tiempo. Al presentar a la persona en la calle, Borges se detiene en su forma de caminar, como extendiendo el tiempo, sensación que se hace más clara al hablar de la noche, “una fiesta larga y sola” . Este detenimiento hace que el siguiente verso irrumpa bruscamente, rompiendo con la quietud de los anteriores, al referirse al corazón, a lo que hace dentro de él. Borges logra, en estos tres versos, establecer tanto el tono del yo poético como el tema y el ambiente del poema, mientras que simultáneamente sitúa al lector dentro del espacio del mismo, y a cierta distancia del yo poético creado. La idea de que la noche sea una “fiesta larga y sola” y de que el yo poético posea un “secreto corazón” crean un ambiente íntimo y solitario, pero cercano al lector, gracias al juego de Borges, que es propicio para las confesiones y reflexiones que vienen a continuación.

Una vez el lector se encuentra cerca al yo poético comienza lo que podría llamarse propiamente el “juicio”. La isotopía gira alrededor de la idea de ser enjuiciado, con el uso de palabras como “justifico”, “atestiguado”, “confesado”, y “conmemorado”.  Los versos 4 a 13 funcionan entonces como una especie declaración o un testimonio. La presencia de la anáfora en la repetición de la palabra “he” refuerza esa sensación.

“He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: la clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos la cuidad que me ciñe
y los arrabales que se desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
Frente a la canción de los tibios, encendí mi voz en ponientes.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños he exaltado y cantado.

He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento
que pudo haberse disipado en ternura.” (Versos 4-13)

A través de estos versos continúa el juego con el tiempo, el movimiento y el espacio, con abundantes contrastes.  Por ejemplo, el verso 5 remite al lector a la luna, en el cielo, y luego a las mejillas de alguien en la tierra. Para el lector la imagen pasa de lo alto a lo bajo y supone la comparación de una luna fría y lejana con unas mejillas más cercanas y cálidas. Los versos 6 y 7 pasan de cuidad a arrabales; ciudad compacta que ciñe, que retiene, que atrapa, a arrabales sueltos y desgarrados, que son lejanos. En estos versos, el contraste visual va acompañado de un contraste musical con la repetición de los sonidos: “ciudad” y “ciñe”, “arrabales” y “desgarran”. Vemos en el verso 10 cómo el yo poético habla de su sangre, de su cuerpo y de esos antepasados de familia, acercando al lector de manera íntima otra vez, y luego se aleja, hablando de los sueños, lo imaginario, de los antepasados de todos, los compartidos. Lo mismo sucede en los primeros versos de la segunda estrofa, entre el haber sido y el ser (lejos; cerca), y las “firmes palabras” en comparación a su “disipar en ternura”, que metafóricamente hacen perdurar la memoria de quien las ha escrito (escribir las palabras es acción inmediata, pero su perdurar es eterno). Así logra Borges, con este constante movimiento entre imágenes a distintos niveles (espaciales, personales, etc.) hacer que el lector recorra toda una vida junto con el yo poético. Este ajetreo en el poema refleja el ajetreo de haber vivido una vida, y hace que, a pesar de que el enjuiciado de su testimonio en unas pocas líneas, se sienta como si se hubiera dicho todo. Además, esa distancia que el autor impone entre el yo poético y quien lee Casi un juicio final también refleja la forma en que nos juzgamos como seres humanos, como dice la persona en el poema: desde adentro, desde el corazón, pero también desde afuera. Lo que logra Borges en este poema es hacer que el lector se someta a todo el proceso que supone el juicio de la persona en la calle.

En el segundo bloque de sentido el yo poético revela un aspecto más de su vida, pero no lo hace como declaración, sino más como confesión. Jorge Luis Borges, mediante una metáfora muy sutil, mantiene este movimiento que viene manejando en el poema, pero lo presenta de forma distinta.

“El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón.
Como el caballo muerto que la marea inflige a la playa, vuelve a mi corazón” (Versos 14-15)

Hacer de la imagen del caballo en la marea el equivalente a una memoria es otro ejemplo del juego de Borges con la intimidad de su yo poético. El lector ha estado observándolo de lejos, ha estado en su corazón, y ha escuchado sus palabras. Y ahora está en su memoria, y desde esta memoria se observa el caballo muerto volver a la playa. La violencia de esta imagen y la desolación que transmite, especialmente gracias a esa repetición enfática (“vuelve a mi corazón”)hacen posible entender lo que se siente recordar aquella memoria, sin necesidad de que el lector sepa de qué se trata. El no conocer lo que piensa el yo poético estando prácticamente en su mente es chocante. De nuevo logra Borges hacer que el lector experimente eso mismo que siente la persona del poema, transmitiendo cómo es la experiencia de examinar la vida propia de manera crítica.

Cierra el poema con el tercer bloque de sentido. En este último bloque se ve un cambio en el tono, que ya no es tan melancólico y es en lugar aprehensivo y de asombro, sin dejar de ser esta una reflexión de peso. El tema que se viene desarrollando, el del juicio propio al que se someten los seres humanos, se completa con los tres versos finales del poema: se llega a un veredicto.

“Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
El agua sigue siendo grata en mi boca y el verso no me niega su música.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona? (Versos 16-18).

Este final se conecta con el comienzo del poema, y de cierta forma cierra, finalmente, el “testimonio” del yo poético. Se alivia la soledad, la incertidumbre y la vulnerabilidad del yo poético con la aparición de la luna y las calles, que se encontraban en un segundo plano frente al testimonio de la persona. El verso 16 rompe con la sensación de soledad  con una extraña personificación, el la que acompañan las calles y la luna. Aquí, de nuevo, está ese cambio en los espacios; ese contraste entre la luna, arriba, y las calles, abajo (cielo y suelo). Borges, con la introducción de la luna y las calles, de cierta manera recoge a su yo poético perdido en su juicio, poniendo un suelo bajo sus pies y un cielo encima suyo. Termina el juicio, y la persona se perdona: “El agua sigue siendo grata en mi boca y el verso no me niega su música”. Es como si el yo poético no hubiera perdido todo eso que ha hecho, ni la capacidad de hacerlo. Menciona, en su testimonio, como canta y escribe, haciendo eternas sus palabras, y con este penúltimo verso constata que aún puede: aún es agradable el agua (podríamos decir, la vida), y los versos no están fuera de su alcance. El yo poético puede seguir con su vida, está perdonado y no hay castigo. El verso final recoge lo anterior, mostrando cómo la persona no es ajena a la belleza pero siente un miedo frente a ella, de haber estado a punto de perderla. Y sin embargo la pregunta del final es una especie de reto, en el que el yo poético habla sin miedo y Borges aleja al lector de la noche oscura y solitaria. Hay un desafío ahí pero también un alivio, en el que quien habla parece querer decir “si la luna de mi soledad me perdona, si los versos no me han abandonado y agua todavía sabe bien y las calles siguen conmigo, es decir, si yo me he perdonado y mi mundo me ha perdonado, ¿quién puede juzgarme?” La figura de la “gran luna de mi soledad” es, finalmente, una metáfora para la persona misma que se ha cuestionado y juzgado y se halla en paz con su vida.


Casi un juicio final, el título del poema, representa exactamente eso que le sucede a muchos seres humanos en algún punto de sus vidas: ese momento en que se examina el curso de una vida, los frutos que trajo, si valió o no la pena o si se fue feliz o no. Representa el impulso humano por ser un dios, por un minuto, y vernos como nos ve este dios, y saber qué fue de nosotros. Borges adentra a sus lectores en una corta pero angustiosa revisión de una vida, a través de la dicción, la polimetría, la metáfora, las anáforas y la asonancia. Sentimientos de culpa y de miedo, pero también de alivio y de valor, desde lo más superficial hasta lo más profundo de un yo poético en su juicio final, en el instante en que se decide si vale algo. Y sin embargo, Borges no nos deja olvidar que a pesar de todo no es un juicio final, porque por mucho que queramos, no podemos ser un dios y quién, al fin y al cabo decide, no somos nosotros. Es, precisamente, casi un juicio final.

1 comentario:

aroestudiantes dijo...

Muy buen ejercicio de interpretación. La revisión minusiosa del poema permite una propuesta sugerente y bien sustentada. El análisis presenta una buena organización y logra transmitir una lectura personal y atenta. Solo estoy en desacuerdo con la idea final relacionada con el dios-juez y la idea de que únicamente este puede hacer un juicio. Considero que este enfoque reduce la gran riqueza de significados del poema.