Comentario
de Texto
Casi un
juicio final, de Jorge Luis Borges
Álvaro
Rodríguez Serrano
Español NS
Lucía
Riveros
“Estoy en exilio
de mí mismo.”
-Francesco Petrarca
“Tengo fe en las
noches.”
-Rainer Maria Rilke
Casi
Luna de enfrente (1925)
constituye la segunda publicación de Jorge Luis Borges, en la que el autor se
enfoca en escribir, por así decirlo, de manera libre y sin ataduras estilísticas,
pensando en la Argentina y en cómo se siente Argentina. De ahí que Luna de enfrente se componga de poemas
“despreocupados”: despreocupados por la métrica, por la rima, por lo
convencional y por lo que se espera del autor, que en cambio se preocupan y se
esmeran por retratar y transmitir la Argentina de Borges. Dentro del poemario
se encuentra un título, Casi un juicio
final, que es una suerte de reflexión sobre la vida, hecha por Borges en
este estilo libre que caracteriza sus primeras publicaciones.
Borges
explora la manera en que los seres humanos juzgamos, por sobre todas las cosas,
nuestra propia vida, lo que supone y significa nuestra existencia. Lo hace a
manera de retrospección e introspección en Casi
un juicio final, que será analizado a continuación. Para efectos de este
análisis, centrado sobre este tema, proponemos una división del poema en tres
bloques de sentido. El primer bloque, que comprende toda la primera estrofa
(diez versos) y parte de la segunda estrofa (tres de sus ocho versos), da una
idea de aquello que ha logrado y de quién es el yo poético. El segundo bloque,
que comprende los decimocuartos y los decimoquintos versos, se refiere a eso
que atormenta al yo poético, a eso por lo que es juzgado. Por último, el tercer
bloque de sentido, que va desde el verso dieciséis hasta el dieciocho, cierra
el poema con la idea de que el yo poético se reconcilia con sí mismo. En el
presente texto se analizará cada uno de los bloques delimitados y cómo se
construye el sentido global del poema a través de ellos.
Casi un juicio final maneja,
en general, un tono melancólico que hace que las imágenes presentadas por
Borges tengan un carácter evocativo y reflexivo. Da la sensación al lector de
que el yo poético está, efectivamente, siendo sometido a un juicio, gracias a
la construcción espacial y sentimental que hace el autor. El primer bloque de
sentido sitúa al lector en un espacio específico en el que se desenvuelve el yo
poético en sus reflexiones, como en un escenario.
“Mi callejero no hacer
nada vive y se suelta por la variedad de
la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo.” (Versos
1-3).
Estas
líneas con que abre el poema crean una imagen para el lector de una persona
vagando por las calles vacías durante la noche, pensándose a sí misma. Borges,
en estas líneas, juega con la imagen que presenta al lector, con el nivel de
intimidad que este ha de tener con el yo poético, al acercarlos y alejarlos el
uno del otro. El autor comienza con la imagen de una persona por las calles
(verso 1), para luego alejarse y hablar de la noche (verso 2), y finalmente
acercarse de nuevo, más que al inicio, hasta el corazón de su yo poético (verso
3). Aquí es curiosa la forma en la que se separa y se junta el yo poético con
su cuerpo, reforzando este juego del acercamiento. Primero, el yo poético se
separa del cuerpo: “Mi callejero no
hacer nada vive y se suelta en la
variedad de la noche.” Luego lo abandona del todo, al hablar de la noche,
para pasar no a ver el cuerpo sino a estar dentro del cuerpo: “En mi secreto corazón yo me justifico y
ensalzo”. Junto con este juego del
acercamiento y la intimidad hay también un juego con el tiempo. Al presentar a la
persona en la calle, Borges se detiene en su forma de caminar, como extendiendo
el tiempo, sensación que se hace más clara al hablar de la noche, “una fiesta larga y sola” . Este
detenimiento hace que el siguiente verso irrumpa bruscamente, rompiendo con la
quietud de los anteriores, al referirse al corazón, a lo que hace dentro de él.
Borges logra, en estos tres versos, establecer tanto el tono del yo poético
como el tema y el ambiente del poema, mientras que simultáneamente sitúa al
lector dentro del espacio del mismo, y a cierta distancia del yo poético
creado. La idea de que la noche sea una “fiesta
larga y sola” y de que el yo poético posea un “secreto corazón” crean un ambiente íntimo y solitario, pero
cercano al lector, gracias al juego de Borges, que es propicio para las
confesiones y reflexiones que vienen a continuación.
Una
vez el lector se encuentra cerca al yo poético comienza lo que podría llamarse
propiamente el “juicio”. La isotopía gira alrededor de la idea de ser
enjuiciado, con el uso de palabras como “justifico”, “atestiguado”,
“confesado”, y “conmemorado”. Los versos
4 a 13 funcionan entonces como una especie declaración o un testimonio. La
presencia de la anáfora en la repetición de la palabra “he” refuerza esa
sensación.
“He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del
mundo.
He cantado lo eterno: la clara luna volvedora y las
mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos la cuidad que me ciñe
y los arrabales que se desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente
costumbre.
Frente a la canción de los tibios, encendí mi voz en
ponientes.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados
de mis sueños he exaltado y cantado.
He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento
que pudo haberse disipado en ternura.” (Versos
4-13)
A
través de estos versos continúa el juego con el tiempo, el movimiento y el
espacio, con abundantes contrastes. Por
ejemplo, el verso 5 remite al lector a la luna, en el cielo, y luego a las
mejillas de alguien en la tierra. Para el lector la imagen pasa de lo alto a lo
bajo y supone la comparación de una luna fría y lejana con unas mejillas más
cercanas y cálidas. Los versos 6 y 7 pasan de cuidad a arrabales; ciudad
compacta que ciñe, que retiene, que atrapa, a arrabales sueltos y desgarrados,
que son lejanos. En estos versos, el contraste visual va acompañado de un
contraste musical con la repetición de los sonidos: “ciudad” y “ciñe”, “arrabales” y “desgarran”. Vemos en el verso 10 cómo el yo poético habla de su
sangre, de su cuerpo y de esos antepasados de familia, acercando al lector de
manera íntima otra vez, y luego se aleja, hablando de los sueños, lo imaginario,
de los antepasados de todos, los compartidos. Lo mismo sucede en los primeros
versos de la segunda estrofa, entre el haber sido y el ser (lejos; cerca), y
las “firmes palabras” en comparación
a su “disipar en ternura”, que metafóricamente
hacen perdurar la memoria de quien las ha escrito (escribir las palabras es
acción inmediata, pero su perdurar es eterno). Así logra Borges, con este constante movimiento entre imágenes a
distintos niveles (espaciales, personales, etc.) hacer que el lector recorra
toda una vida junto con el yo poético. Este ajetreo en el poema refleja el
ajetreo de haber vivido una vida, y hace que, a pesar de que el enjuiciado de su
testimonio en unas pocas líneas, se sienta como si se hubiera dicho todo. Además,
esa distancia que el autor impone entre el yo poético y quien lee Casi un juicio final también refleja la
forma en que nos juzgamos como seres humanos, como dice la persona en el poema:
desde adentro, desde el corazón, pero también desde afuera. Lo que logra Borges
en este poema es hacer que el lector se someta a todo el proceso que supone el
juicio de la persona en la calle.
En
el segundo bloque de sentido el yo poético revela un aspecto más de su vida,
pero no lo hace como declaración, sino más como confesión. Jorge Luis Borges,
mediante una metáfora muy sutil, mantiene este movimiento que viene manejando
en el poema, pero lo presenta de forma distinta.
“El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi
corazón.
Como el caballo muerto que la marea inflige a la
playa, vuelve a mi corazón” (Versos 14-15)
Hacer
de la imagen del caballo en la marea el equivalente a una memoria es otro
ejemplo del juego de Borges con la intimidad de su yo poético. El lector ha
estado observándolo de lejos, ha estado en su corazón, y ha escuchado sus
palabras. Y ahora está en su memoria, y desde esta memoria se observa el
caballo muerto volver a la playa. La violencia de esta imagen y la desolación
que transmite, especialmente gracias a esa repetición enfática (“vuelve a mi corazón”)hacen posible
entender lo que se siente recordar aquella memoria, sin necesidad de que el
lector sepa de qué se trata. El no conocer lo que piensa el yo poético estando
prácticamente en su mente es chocante. De nuevo logra Borges hacer que el lector
experimente eso mismo que siente la persona del poema, transmitiendo cómo es la
experiencia de examinar la vida propia de manera crítica.
Cierra
el poema con el tercer bloque de sentido. En este último bloque se ve un cambio
en el tono, que ya no es tan melancólico y es en lugar aprehensivo y de
asombro, sin dejar de ser esta una reflexión de peso. El tema que se viene
desarrollando, el del juicio propio al que se someten los seres humanos, se
completa con los tres versos finales del poema: se llega a un veredicto.
“Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la
luna.
El agua sigue siendo grata en mi boca y el verso no
me niega su música.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a
condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?
(Versos 16-18).
Este
final se conecta con el comienzo del poema, y de cierta forma cierra,
finalmente, el “testimonio” del yo poético. Se alivia la soledad, la
incertidumbre y la vulnerabilidad del yo poético con la aparición de la luna y
las calles, que se encontraban en un segundo plano frente al testimonio de la
persona. El verso 16 rompe con la sensación de soledad con una extraña personificación, el la que
acompañan las calles y la luna. Aquí, de nuevo, está ese cambio en los
espacios; ese contraste entre la luna, arriba, y las calles, abajo (cielo y
suelo). Borges, con la introducción de la luna y las calles, de cierta manera
recoge a su yo poético perdido en su juicio, poniendo un suelo bajo sus pies y
un cielo encima suyo. Termina el juicio, y la persona se perdona: “El agua sigue siendo grata en mi boca y el
verso no me niega su música”. Es como si el yo poético no hubiera perdido
todo eso que ha hecho, ni la capacidad de hacerlo. Menciona, en su testimonio,
como canta y escribe, haciendo eternas sus palabras, y con este penúltimo verso
constata que aún puede: aún es agradable el agua (podríamos decir, la vida), y
los versos no están fuera de su alcance. El yo poético puede seguir con su
vida, está perdonado y no hay castigo. El verso final recoge lo anterior,
mostrando cómo la persona no es ajena a la belleza pero siente un miedo frente
a ella, de haber estado a punto de perderla. Y sin embargo la pregunta del
final es una especie de reto, en el que el yo poético habla sin miedo y Borges
aleja al lector de la noche oscura y solitaria. Hay un desafío ahí pero también
un alivio, en el que quien habla parece querer decir “si la luna de mi soledad me perdona, si los versos no me han
abandonado y agua todavía sabe bien y las calles siguen conmigo, es decir, si
yo me he perdonado y mi mundo me ha perdonado, ¿quién puede juzgarme?” La
figura de la “gran luna de mi soledad” es, finalmente, una metáfora para la
persona misma que se ha cuestionado y juzgado y se halla en paz con su vida.
Casi un juicio final, el título
del poema, representa exactamente eso que le sucede a muchos seres humanos en
algún punto de sus vidas: ese momento en que se examina el curso de una vida,
los frutos que trajo, si valió o no la pena o si se fue feliz o no. Representa
el impulso humano por ser un dios, por un minuto, y vernos como nos ve este
dios, y saber qué fue de nosotros. Borges adentra a sus lectores en una corta
pero angustiosa revisión de una vida, a través de la dicción, la polimetría, la
metáfora, las anáforas y la asonancia. Sentimientos de culpa y de miedo, pero también
de alivio y de valor, desde lo más superficial hasta lo más profundo de un yo
poético en su juicio final, en el instante en que se decide si vale algo. Y sin
embargo, Borges no nos deja olvidar que a pesar de todo no es un juicio final,
porque por mucho que queramos, no podemos ser un dios y quién, al fin y al cabo
decide, no somos nosotros. Es, precisamente, casi un juicio final.
1 comentario:
Muy buen ejercicio de interpretación. La revisión minusiosa del poema permite una propuesta sugerente y bien sustentada. El análisis presenta una buena organización y logra transmitir una lectura personal y atenta. Solo estoy en desacuerdo con la idea final relacionada con el dios-juez y la idea de que únicamente este puede hacer un juicio. Considero que este enfoque reduce la gran riqueza de significados del poema.
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